Después de tanto alboroto, una vida agitada, ruido, cemento y calor, me encuentro ya en Temuco. Mi casa sigue igual, la gente no ha cambiado y la naturaleza que no habla me da su bienvenida cuando camino por la avenida, mientras las hojas amarillas crujen y se rompen encima del cemento cada vez que avanzo un paso más. Aquellas hojas amarillas que suavizan las calles y que adornan una ciudad ya contagiada de contaminación.
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